jueves, 12 de julio de 2012

15 veranos sin Blanco

Era verano, habíamos terminado de comer, toda mi familia reposaba la comida ocupando de manera desordenada el salón de la casa de mi abuela. Mientras ella,  planchaba la ropa que nos íbamos a poner esa noche para acudir a ver la cabalgata, la cual concluía en la portada de la feria. Años atrás hasta que la carroza de la reina no llegaba a la portada, la feria no se iluminaba permanecía en penumbra, en el verano del 97, la presión de los comerciantes hizo que el ayuntamiento eliminase ese ritual lumínico.

Terminé de lavarme las manos, el melón que me había comido me había creado una delgada línea caldo que me bajaba desde la mano hasta el codo, creándome una segunda piel tan pegajosa como la miel más espesa y amarilla. Mi retraso en incorporarme al salón provocó que me tuviera que tirar en el suelo, en el sofá no cabía más gente.

El Telediario estaba poniendo punto y final mientras todos nos preguntábamos ¿con qué película nos deleitarían a continuación? De repente, una última hora. Tras la cortinilla del tiempo, aparece de nuevo la presentadora del informativo, con un rostro compungido. Anuncia a la audiencia que en un pueblecito llamado Ermua, han secuestrado a un joven concejal del Partido Popular. Su nombre era Miguel Ángel y su primer apellido Blanco. Mi abuelo, que era sordo, se incorpora en el sillón acercando sus ojos a la pantalla del televisor.

El silencio sólo es interrumpido por la locución de la periodista, que a través de una conexión telefónica, cuenta como el concejal ha sido secuestrado en las inmediaciones de la plaza del apeadero de la plaza Unzaga de Eibar a las tres y media de la tarde. Las palabras de la periodista van acompañada de los insultos de alguno de mis familiares, los cuales, no saben pronunciar otras palabras que no sean: “Hijos de puta”.

Son casi las seis de la tarde, las condiciones de la banda para la liberación del joven concejal son claras: “El acercamiento de medio millar de presos a las cárceles del País Vasco”. Las imágenes del padre, Miguel Blanco, llegando a su casa rodeado de una masa de periodistas que lo esperaban en su portal, hace que mi abuela suelte la primera de las lágrimas. El rostro de ese albañil de Ermua, que había visto crecer a sus dos hijos, era de una ternura y desolación indescriptibles,  seguramente nunca pensó cuando entre juegos y paseos caminaba con sus dos hijos, que en esa misma calle, años después, sería ocupada por las unidades móviles que se desplazarían para informar del secuestro de su primogénito.

Alrededor de las 8 de la tarde compadecía el Presidente de Gobierno, el Rey, y el Lehendakari; todos exigían clemencia y compasión a los captores. La policía continuaba buscando el zulo dónde los terroristas tenían escondido a Miguel ángel. La tarde dejaba paso a la oscuridad, la cual, se intentaba  iluminar con la luz de las velas que acompañaban el rostro del concejal. Millones de velas, de carteles con su rostro, y un pueblo entero volcado con la familia. Fue la primera vez que vi millones de manos, pintadas de blanco, gritando: “Libertad”.

Recuerdo que le pregunte a mi padre ¿Por qué “los buenos” no accedían a las peticiones de “los malos" para salvar al pobre muchacho?” Su respuesta no la entendí hasta que pasaron varios años. Pero estaba seguro de una cosa, por primera vez fui conscientes, que los malos no solo existían en los dibujos que veía después de comer. En el país dónde vivía, también había personas malas que hacían mucho daño a los ciudadanos, cómo en aquellos cómics que mi primo “el mayor” nunca me dejaba coger, y que yo leía a escondidas. Aquella noche soñé que Superman lo encontraba capturaba a los terroristas con ayuda de Batman, y los entregaba a la policía. Cuando desperté tenía en mi cabeza la imágen de una capucha negra. Sólo me acordaba de eso.  
24 horas más tarde todas esos ruegos por la liberación de Miguel Ángel encontraron respuesta. La policía lo había encontrado en un parque, malherido. La esperanza recorrió un país como un anticiclón en veranom de Norte a Sur. Fueron minutos de celebración, cuando la camilla que transportaba al joven salía de la ambulancia camino del hospital. Era la primera imagen de M. A., estaba con vida. Todos saltamos de alegría, aproveche el momento para saltar sobre los cojines blancos con las zapatillas puestas, era algo que mi abuela nunca me dejaba hacer, pero él jubilo la cegó. Todos se daban abrazos y besos.

A las cinco de la madrugada, los médicos certificarón la muerte de Miguel Ángel Blanco. Vivimos el entierro como sí estuviéramos allí, mi bisabuela aferrada a un pañuelo blanco se secaba las lágrimas que apenas le chorreaba por el rostro, debido al calor.En el salón de la casa reinaba un silencio sepulcral. Ermua gritaba de dolor. Las imágenes de la familia Blanco desconsolada agradeciendo el apoyo de su pueblo, en el balcón del consistorio, rodeados del grito: “Vascos sí, ETA no”, ya son historia. La muerte de Miguel Ángel Blanco se convirtió en un mito democrático, con ella se perdió el miedo en el País Vasco a decir no a ETA. Estoy seguro que esta unión del pueblo vasco por el secuestro y posterior muerte del tercer concejal del PP en Ermua, ayudó a hacerles ver a los terroristas que bajo sus amenazas, el país entero se había unido, para decirles: “NO A LA VIOLENCIA, NO A ETA”. Que su cruzada sanguinaria no tenía, tiene ni tendrá sentido nunca.


lunes, 9 de julio de 2012

La indignación se tiñe de verde

Esta mañana he acudido a la Oficina de Andalucía Orienta que tiene el Servicio de Empleo de la Junta de Andalucía en la Universidad de Málaga. Mi intención era registrarme en el servicio de orientación laboral, para en un futuro mejorar mi situación becario-laboral. Cúal ha sido mi sorpresa, cuando llegó al lugar, yo ya acudía con la predisposición de soportar la dichossa frase de: "le falta un papel" o "vuelva usted mañana", y no hay nadie al otro lado de la puerta. Nadie responde a mi llamada. La oficina está cerrada. Los técnicos están de vacaciones. Me informan que desde el 29 de junio hasta finales de julio el servicio permanecerá cerrado. Me niego a creer que un servicio de orientación laboral, en un país con más de 5 millones de parados, eché el cierre por vacaciones.
Mis sospechas se confirman cuando tras una larga investigación telefónica, de llamar a un listado que hay colgado en Internet, me informan que el servicio está cerrado porque están esperando la renovación, la cual, tiene que venir de la mano de una resolución de la Junta de Andalucía, es decir, debe ser aprobada por los diputados del gobierno andaluz. Sí, esos mismos que cobran un suplemento de 1900€ para gastos de alojamiento, aún viviendo en la capital de Andalucía, sede del parlamento, información publicada la semana pasada por distintos medios.
Una gran indignación se apodera de mi ser camino a mi puesto de trabajo, y por un momento, deseo que todos esos diputados, sus familires, y sus futuros desendientes sientan alguna vez el rechazo y el desamparo administrativo que he sentido yo está mañana. Que lejos de coches oficiales, residencias con piscinas privadas, ERES irregulares, subvenciones astronómicas ilegalemnte asignadas, salgan de esa burbuja de burgués acomodado y sientan esa indignación que se tiñe de un verde, un verde de campiñas y olivares.

viernes, 30 de marzo de 2012

Mí marido...

Mí marido siempre fue de izquierdas. Se afeitaba con la izquierda, abría las latas de cervezas con la izquierda, me azotaba el trasero con la izquierda, bajaba el volumen de la radio con la izquierda, zurraba a los niños con la izquierda, conducía con la izquierda, se duchaba con la izquierda, me pegaba con la izquierda, e incluso la vecina con la que me puso los cuernos, vivía en el segundo izquierda. No lo podremos enterrar hasta mañana. Él muy gilipollas ha tenido que morirse hoy, 29-M, el día de la... 

lunes, 26 de marzo de 2012

Soledad

Los azulejos del baño son color marfil, con una cenefa formada por una guirnalda de flores celestes. En la parte más cercana al espejo, hay cuatro azulejos de un azul intenso, que rompen la barrera que forma la cenefa, dándole al baño un ambiente de reconstrucción continúa, debido a las humedades.

Soledad tiene 41 años, sus arrugas marcan su frente y contorno de ojos. Tiene los ojos marrones, del mismo tono que los accesorios del cuarto de baño, toallero, porta-toalla y cubre-papel . Algunas canas le asoman por la raíz de su cabello, el cual, es rizado, aunque ahora lo lleva recogido con un moño alto. Coloca una bolsa de aseo, llena de maquillaje y manchada por polvos marrones, detrás del grifo. Se está pintando los labios, el color elegido para hoy, un rojo intenso. Se compró esa barra de labios cuando empezó a “tontear” con el vecino del quinto piso. Soñaba cada noche con él, con su espalda ancha, y su cuerpo esculpido por los dioses. Durante cuatro largos años deseo con todas sus fuerzas que este hombre le arrancara el carmín de su boca con un largo e intenso beso. Pero eso nunca paso. Esos labios no habían sido besados por ningún hombre, salvo su padre. En aquellas noches cuando el alcohol le nublaba la vista, y él la poseía en su cama, cubierta por una colcha rosa palo. Por supuesta, ella nunca le contó nada a nadie. No quería que la tachasen de fresca.

Cogió del perchero su chaqueta negra y su abrigo gris marengo. Cerro la puerta sin echar la llave. El gato se quedó maullando. Salió a la calle. El cielo estaba encapotado, cubierto por extensas nubes blancas. En la inmensidad de la lejanía una neblina húmeda cubría las azoteas de los edificios más altos. Corría una brisa de aire con un aroma a zinc y a hierro. Soledad pensaba que no tardaría en chispear. Se tenía que dar prisa si no se perdería el traslado de su virgen, la única persona en el mundo que la entendía y escuchaba sus problemas pacientemente.

Faltaba tan sólo 7 días para semana santa, y el ambiente en la calle recordaba a domingo de ramos o lunes santo. El gentío ocupaba las callejuelas del centro, como una masa deseosa de sangre cofrade. No se podía caminar por calle Dos aceras, la gente formaba una muralla en torno al paso de la pollinica. Los quioscos ambulantes ocupaban el lugar que antes circulaban los coches. Carretería estaba cortada. Soledad torció a la derecha,  prefirió cruzar por la goleta para acudir a la puerta de Santo Domingo. Bajo la cuesta, y pasó por el Pasillo de Santa Isabel, menos saturado de gente. Pero la masa se dirigía, cruzando por los dos puentes, hacia la plaza de Mena.

En el puente de los alemanes, Soledad se sintió fatigada, estaba rodeada de personas, por su derecha e izquierda. Por un momento, imagino que el puente se rompía y quedaban atrapados en aquel amasijo de hierro verde. Abrió la boca y exhalo el aire gélido que entró pronto por sus pulmones descargando su garganta. Apretó el camafeo, marfil de la Virgen de Fátima que llevaba en su solapa. Mientras rezaba en voz baja. Su madre nunca hubiera permitido que saliera con ese broche a la calle, una semana antes del domingo de ramos, día en el cual toda chica de bien debe estrenar algo. Ese broche se lo había regalada su madre a Soledad, las últimas navidades. No lo había estrenado antes, Soledad no podía esperar una semana a ponérselo, no aguantaba más. 


No había nacido en una familia pudiente pero su madre siempre se había encargado de que no le faltara de nada. Y menos aún, algo que estrenar el domingo de ramos, ya fuera una blusa, una bufanda, unas medias negras o un camafeo, como en esta ocasión.


Las cornetas sonaban más lejos de lo que realmente estaban. El aire de poniente hacia que el sonido no fluyera con normalidad. Desde lejos, diviso la extraña pareja que formaban en un trono, la imagen de la titular de la Congregación de Mena, resultado de la fusión, en el verano de 1915, de la Antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, con la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, y  “el cristo de los legionarios”, como era archiconocido, tanto dentro como fuera de la ciudad.

Unas palomas saltaron de su lecho con la llegada de la banda de música y corrieron a refugiarse en las tejas de la azotea de la capilla. Soledad se acordó de su madre y de la noche en la que ella murió. “Fue buena hasta para morirse” le decían las vecinas en el sepelio. Era el primer año que acudía sin ella a ver a su Virgen, con la cual no sólo compartía su nombre, en todos los acontecimientos importantes de su vida ella había estado presente, como una fiel amiga, compañera y amante.  En su bautizo, en su comunión, en la boda de su vecina Chari, en el entierro de su padre, en el de su hermano, en el de su abuela, y el último, el de su madre.

Un nudo se le hizo en la garganta cuando se acercó el paso. Apenas estaba a 6 metros del trono. Ya podía ver el rostro blanquecido de su compañera, pero no sus ojos, ya que su mirada se perdía por el asfalto, en un momento de agonía propio de una madre que pierde a su hijo, y que el escultor decidió plasmar en esta imagen. El sonido constante de los tambores fue seguido por un solo y  alargado toque de corneta. La masa empujaba a Soledad, y la encerraba en una alineación imperfecta, dispuesta a presenciar tal espectáculo. Al toque de corneta le siguieron las demás, al compás y al unísono, pronto se unieron los tambores.

La gente seguía empujando. En la fila de enfrente había un grupo de jóvenes. Todos estaban emparejados, más a la izquierda un matrimonio, daba muestra de su amor, con un tierno y sincero beso. En la segunda fila, un padre tenía a su niña, montada sobre los hombros. La música sonaba cada vez más fuerte y el sonido de las cornetas penetraban en su cuerpo y sacudía todos sus órganos. Alzo la mirada hacia el trono, la virgen estaba a escasos centímetros de ella. Soledad entabló un diálogo visual en el que solo estaban ella y su virgen, de fondo la música.

El manto azul oscuro cubría todo su cuerpo, el aire movía su pequeña corona, y el pañuelo blanco dejaba escapar algunas ondas de su pelo hecho tirabuzones. Miró de reojo, una pareja se abrazaba, como si fuera el último día de sus vidas. La armonía se intensificó, arañando el alma de Soledad. Ensimismada, pensaba que había pasado otro año, un año más se decía para sus adentros, una semana santa más, otro domingo de traslados, una nueva cita con su virgen, otro de los muchos reencuentro que tenían durante el año, otra vez, miró a otra pareja, en la cual, reconoció a su vecino del quinto. Su amor platónico, agarraba a su novia por detrás, y con mucha suavidad a través de golpes secos, rozaba su pene contra el culo de la muchacha, al ritmo de la música. Ella era gorda y fea, pensó Soledad. Además ni siquiera tenía los labios pintados y acudía a la cita en chándal. El choque de los palos del tambor contra la madera era la parte favorita de la marcha procesional de Soledad. De repente, se hizo un silencio orquestal, y Soledad se armó de valor, y cómo cada año, volvió a preguntarle a su virgen. ¿Cuándo? Habían pasado ya muchos años, y siempre le pedía lo mismo. Un hombre. Cuando iba a poder pasear junto a un hombre las calles del centro de Málaga. Presumir de novio delante de sus vecinas. Cerrar de una vez por todas, esa fuente incesante de cuchicheos, que se formaban en torno a ella, cuando pasaba por mitad de su plaza, camino de su casa, sola. En una agónica y asfixiante soledad. Y ahora sin su madre, más sola aún. Quería terminar por una vez con esas miradas llenas de hipocresía, que un año más veía en el encierro de su virgen, y que le mostraban una lástima puñetera e inadmisible por parte de las que alguna vez había llamado amigas. Con todas sus fuerzas, un año más, le pedía a su Soledad, la compañía de un hombre. El trono se alejaba lentamente, meciendo a las figuras al ritmo de la música. Una melodía que hizo que Soledad se emocionará y rompiera a llorar en el más eterno silencio, el aroma fuerte a incienso mezclado con el sudor de los hombres de trono, hizo que se mareara un poco.  Se cerraron las puertas de la casa hermandad, con el último suspiro de corneta, aunque la virgen seguía sin contestar a la pregunta que le había hecho Soledad.

viernes, 23 de marzo de 2012

Nunca llevo razón

El pequeño, es tonto, ha dejado los estudios, porque dice que trabajando cómo albañil ganará tanto dinero que pronto se comprará una casa. Y yo le digo: “eso de construir tantas casas se acabará algún día y a ver que haces tan sólo con la E.S.O.”.  El mediano no hace nada, ahora eso sí, todos los fines de semana “se pipa” de cubatas y encima regresa a casa en su coche. El dice que no, pero yo ya le he dicho que cualquier día tiene un accidente. Y el mayor, el mayor es un caso perdido, ha dejado a la novia hace dos días y está con la vecina del quinto, ya le he dicho que esa mujer es muy mayor para él, lo que ella quiere es tener niños, y mi Paco es muy pequeño para ser padre. Y ellos, siempre me dicen lo mismo: “que nunca llevo razón”.


lunes, 19 de marzo de 2012

200 años no son nada

Hoy se cumple 200 años de la promulgación de la constitución de Cádiz. Una carta magna que daba esperanzas a un pueblo ahogado en  una sumisión completa al poder.
La Constitución de 1812 consagró la idea de que el poder no es ilimitado frente a los ciudadanos. Una idea que en la actualidad está más vigente que nunca. Cuestionamos el poder político, con una huelga general propuesta por los sindicatos para el próximo 29 de marzo. Una huelga que desde mi humilde punto de vista llega tarde, después de aguantar muchos recortes, tanto sociales como económicos. Los sindicatos han permanecido dormidos mientras chupaban de la teta del Estado las subvenciones, fondos de la UE, ERES, etc. Y los políticos se dejan dirigir por los magnates de la bolsa y la banca. Aunque desde aquí insto a toda la ciudadanía a que acuda a dicha manifestación. Que ese descontento que expresamos en la cola del paro, en la charcutería, en la frutería, mientras nos sirven un café en el bar, en la esquina de la farmacia, en la portería, en el ascensor, en la tienda de cortinas, en la guardería, en la universidad, en la lavandería, se note e impregne a todo el país de una indignación absoluta.

Una palabra la de indignado que ha sido sobrevalorada y vilipendiada por muchos durante este último año. El domingo los andaluces y asturianos tenemos una cita, gracias a la Pepa, podemos castigar o premiar a los políticos con nuestro voto. Pero sinceramente no se a quién voy a votar. A unos por robar tantísimo dinero durante tantos años que han estado en el poder, a otros por no compartir con ellos su ideal de una Andalucía, en la cual, aún andan los señoritos a caballos.  Y a los que quedan, porque no creo que saquen más que un diputado por partido. Pero a pesar de todo este malestar y de no sentirme representado por ningún partido que opta a presidir la Junta, de nuevo animo a la gente a que vaya a votar en masa el próximo domingo, es el mejor homenaje que le podemos dar a la Pepa y a la democracia.

Por último, quería aprovechar para contar algo que seguramente no sepa mucha gente. A la constitución de Cádiz se la conocía como “La Niña”, en tono cariñoso. Fueron los absolutistas contrarios a esta carta magna los que la denominaron, en tono despectivo, “La Pepa”, trascendiendo este último apodo hasta nuestros días. Desde la derecha intentaron destruir una constitución que recogía los derechos y libertades de los ciudadanos, y a pesar de no incluir el derecho al voto de la mujer, fue fuente de inspiración para futuras leyes y cuna de libertades. Al igual que muchos dirigentes del PP han tachado estos días la manifestación del 29 como una huelga política, ocultan el deseo de imponer el co-pago sanitario ante las inminentes elecciones o respaldan una reforma laboral que nos restan un siglo de luchas laborales. Y es que a pesar de que el tiempo pase, 200 años no son nada.

jueves, 15 de marzo de 2012

Yo no soy de este mundo

En una pantalla de ordenador Javier, un chico de 24 años, escribe su nuevo estado en el muro de Facebook: “Yo no soy de este mundo”. A continuación, apaga el monitor y se sienta en la cama. Aparta las babuchas a un lado y comienza a colocarse las zapatillas deportivas, que dos semanas antes su madre le había regalado por su cumpleaños. Se pone la cazadora de cuero marrón y coge las llaves, que permanecen inmóviles, en la cima de una gran torre de curriculums.

Baja las escaleras de un adosado situado a las afueras de la ciudad. La tele del salón permanece encendida, en el sillón relax 2000 negro, que hay situado en el centro de la sala, se encuentra un señor de unos 68 años, su abuelo. Javier gira a la derecha, entra en un pequeño dormitorio, que se encuentra a medio camino entre la cocina y la sala de estar. Su abuelo permanece inmóvil.  El habitáculo es sobrio. Esta formado por una cama de 95 metros, una mesita de noche, sobre la cual se encuentra una fotografía del Rey y su abuelo, ambos uniformados; y un pequeño armario. Al final de la habitación, y en el lugar dónde debería haber una ventana, permanece aparcada una silla de ruedas, mezcla de aluminio y tela azul tapizada.

Javier abre el armario, el cual mantiene el orden que su abuelo le dio cuando llegó a la casa, hace ya 3 años. La ropa seguía estando ordenada por colores. Los dos uniformes militares se concentraban en la parte derecha del armario. Las medallas de reconocimiento brillaban cuando el reflejo de la lámpara rebotaba en el espejo interior del armario y se proyectaba de nuevo en el cuerpo de este objeto metalizado. Javier se acordó del día en que su abuelo le pegó aquella cachetada en el trasero, cuando lo sorprendió en la habitación jugando con sus galones y sombrero. Aquel golpe le dejo una marca de por vida, en el cachete izquierdo, y le quito las ganas de volver a tocar alguna pertenencia del padre de su progenitor. Agarra un estuche que estaba escondido en el fondo del armario. Lo coloca en el centro de la cama. Abre la tapadera. Observa con entusiasmo el  revólver Colt Anaconda plateado que hay en su interior. Saca el arma y se la guarda en la parte trasera de su calzoncillo. Coge dos cajas de cartuchos, que tienen la serigrafía de 44 magnum, y se los introduce en el bolsillo interior de su chaqueta.

El volumen de la tele se incrementa coincidiendo con la sintonía del telediario. Los titulares, como desde hace 6 años no eran nada alentadores. Más cierre de empresas, quiebras de entidades bancarias, recortes presupuestarios, reducción del déficit, aumento del paro, recortes en educación y sanidad, métodos para ahorrar en el hogar, subida de los carburantes, todas estas noticias formaban los ingredientes principales, del menú del día. Javier cierra la nevera, en la que hay colgado un post-it: “No vuelvo para la cenar”.

Se acerca a su abuelo, desliza su mano por el cojín del sillón, encuentra el mando. Baja el volumen. El locutor narra, ahora los acuerdos económicos que pretenden llegar los dirigentes, en el último congreso, que se está celebrando en el consejo europeo, esta semana. Javier sé agachá, acaricia la cabeza de su abuelo. Desde que empezó con la quimioterapia había perdido su gran cabellera grisácea. Ahora sólo le quedaban cuatro bellos mal colocados en una superficie pálida. El cáncer lo había postrado desde hacía dos años en aquel sillón tan reconfortante, que le regalaron a su madre por la compra de un juego de enciclopedias. Al menos alguien le estaba dando uso a aquel mueble, que hasta la llegada de su abuelo había permanecido en el garaje de la casa,  pensó Javier. Mientras le da un beso en la mejilla, a su abuelo, el muchacho pronuncia unas palabras entrecortadas: “lo siento”. Se percata que la bolsa de la orina aún está media vacía. Javier se marcha de la casa, dando un fuerte portazo.


El sol está muriendo anaranjado y deslumbra a Javier que conduce un volvo utilitario color azul marino. Coge las gafas de sol de la guantera y se las coloca. Sube el volumen de la radio. La carretera está desierta. Javier acelera.


Cerca de la playa un grupo de mujeres permanece en la puerta de un edificio deshabitado. En la orilla de la playa unas gaviotas se pelean por un trozo de pan. El eco de sus graznidos y el sonido de las olas, acompañado por un viento de levante, es interrumpido por el motor de un coche que se asoma por la cima de la colina y desciende en curva hacia la playa. Dicha interrupción, agita la tranquilidad de las mujeres, de todas las edades, que esperan en la sombra del edificio a medio construir.
Javier se baja del coche. Y saluda con un gesto frío al resto de mujeres. Saca del maletero una bolsa de deportes y un periódico.

Una gaviota sobrevuela la playa y se posa en la grúa amarilla. Javier y las mujeres permanecen en la azotea del edificio. Cada una lleva un paño negro en la mano. Javier sostiene un periódico y habla con una de ellas, mientras hace señas y dirige su mirada a las mujeres, al periódico y a su compañera de conversación de nuevo, repite el gesto varias veces. Un grupo de mujeres observan como las olas toman toda su plenitud, para pocos segundos después, romper en espuma blanca desvaneciéndose en la orilla. Una de las mujeres,  la más joven, está llorando. En mitad del silencio se escucha la voz de Javier: “Es el momento chicas”. Las mujeres lo rodean formando un círculo perfecto. Javier no aparta su mirada del diario. Observa con detenimiento una fotografía. Se acerca a una mujer y le pide que se mueva un poco a su izquierda, repasa la distancia que hay entre una y otra, dando vueltas por detrás de la circunferencia formada por las mujeres.  Mientras la joven sigue llorando, Javier se acerca a ella, la agarra la mano y le dice que se tranquilice. El muchacho saca el revólver y hace un gesto con la mano a la mujer, con quién estaba hablando hace unas segundos. Está se pone una capucha negra que le cubre todo el rostro. Las demás mujeres la imitan. El primer disparo ahuyenta a la gaviota que estaba posada en la grúa. Javier, en el centro del círculo formado por las mujeres, apunta a la cabeza tapada por la lona negra y vuelve a disparar. El aire hace que el olor a pólvora inunde el lugar. Recarga el revólver y repite la operación, unas 54 veces más. En el cielo, un avión dibuja una línea discontinua de humo blanco. En el tejado del edificio solo queda Javier en pie. Las demás mujeres se mantienen formando el círculo, pero esta vez tumbadas en el suelo. La inercia del disparo ha hecho que la mayoría caigan hacia atrás, solo unas pocas permanecen con el rostro mirando al suelo. Por debajo de todas las capuchas corre sangre. Javier se sitúa el revólver a la altura de su sien y a continuación aprieta el gatillo. En ese mismo instante cae de lado, el periódico que sostenía en la otra mano yace a su lado.

EPÍLOGO


El papel ha consumido toda la sangre desprendida por el cadáver de Javier. En las letras de la portada se puede leer un titular a 5 columnas: “Continúan los suicidios colectivos de mujeres embarazas”. La policía interceptó ayer, una cadena de suicidios que se extendía desde Londres hasta Nueva Delhi. Una operación llevada a cabo por la INTERPOL y que intenta frenar está plaga, que se ha cobrado en Europa la vida de más de 300.000 mujeres. En EE.UU. dónde se inicio el movimiento denominado “Yo no soy de este mundo” han fallecido más de 2 millones de mujeres en estado de gestación y un millar permanecen en paradero desconocido. Una organización que profesa esta protesta sangrienta que se ha cobrado la vida de más de 3 millones de mujeres, es su mayoría, en proceso de gestación. El presidente de la ONU, Ban Ki-moon, instó ayer a los dirigentes de todos los países a que endurecieran las penas contra los intentos de suicidio, exaltación del suicidio o las manifestaciones a favor de está prácticas. También constató que la seguridad de las mujeres embarazadas debe ser el primer objetivo de la seguridad nacional de los países democráticos. La noticia está ilustrada por una fotografía área tomada en un campo de las afueras de Oklahoma, dónde el pasado mes de marzo, 30.000 mujeres embarazadas fueron asesinadas por el dirigente de esta organización, Rick Banner. En la fotografía todas las mujeres permanecen formando un círculo perfecto. En el centro yace el fundador del movimiento, “Yo no soy de este mundo”.