jueves, 12 de julio de 2012

15 veranos sin Blanco

Era verano, habíamos terminado de comer, toda mi familia reposaba la comida ocupando de manera desordenada el salón de la casa de mi abuela. Mientras ella,  planchaba la ropa que nos íbamos a poner esa noche para acudir a ver la cabalgata, la cual concluía en la portada de la feria. Años atrás hasta que la carroza de la reina no llegaba a la portada, la feria no se iluminaba permanecía en penumbra, en el verano del 97, la presión de los comerciantes hizo que el ayuntamiento eliminase ese ritual lumínico.

Terminé de lavarme las manos, el melón que me había comido me había creado una delgada línea caldo que me bajaba desde la mano hasta el codo, creándome una segunda piel tan pegajosa como la miel más espesa y amarilla. Mi retraso en incorporarme al salón provocó que me tuviera que tirar en el suelo, en el sofá no cabía más gente.

El Telediario estaba poniendo punto y final mientras todos nos preguntábamos ¿con qué película nos deleitarían a continuación? De repente, una última hora. Tras la cortinilla del tiempo, aparece de nuevo la presentadora del informativo, con un rostro compungido. Anuncia a la audiencia que en un pueblecito llamado Ermua, han secuestrado a un joven concejal del Partido Popular. Su nombre era Miguel Ángel y su primer apellido Blanco. Mi abuelo, que era sordo, se incorpora en el sillón acercando sus ojos a la pantalla del televisor.

El silencio sólo es interrumpido por la locución de la periodista, que a través de una conexión telefónica, cuenta como el concejal ha sido secuestrado en las inmediaciones de la plaza del apeadero de la plaza Unzaga de Eibar a las tres y media de la tarde. Las palabras de la periodista van acompañada de los insultos de alguno de mis familiares, los cuales, no saben pronunciar otras palabras que no sean: “Hijos de puta”.

Son casi las seis de la tarde, las condiciones de la banda para la liberación del joven concejal son claras: “El acercamiento de medio millar de presos a las cárceles del País Vasco”. Las imágenes del padre, Miguel Blanco, llegando a su casa rodeado de una masa de periodistas que lo esperaban en su portal, hace que mi abuela suelte la primera de las lágrimas. El rostro de ese albañil de Ermua, que había visto crecer a sus dos hijos, era de una ternura y desolación indescriptibles,  seguramente nunca pensó cuando entre juegos y paseos caminaba con sus dos hijos, que en esa misma calle, años después, sería ocupada por las unidades móviles que se desplazarían para informar del secuestro de su primogénito.

Alrededor de las 8 de la tarde compadecía el Presidente de Gobierno, el Rey, y el Lehendakari; todos exigían clemencia y compasión a los captores. La policía continuaba buscando el zulo dónde los terroristas tenían escondido a Miguel ángel. La tarde dejaba paso a la oscuridad, la cual, se intentaba  iluminar con la luz de las velas que acompañaban el rostro del concejal. Millones de velas, de carteles con su rostro, y un pueblo entero volcado con la familia. Fue la primera vez que vi millones de manos, pintadas de blanco, gritando: “Libertad”.

Recuerdo que le pregunte a mi padre ¿Por qué “los buenos” no accedían a las peticiones de “los malos" para salvar al pobre muchacho?” Su respuesta no la entendí hasta que pasaron varios años. Pero estaba seguro de una cosa, por primera vez fui conscientes, que los malos no solo existían en los dibujos que veía después de comer. En el país dónde vivía, también había personas malas que hacían mucho daño a los ciudadanos, cómo en aquellos cómics que mi primo “el mayor” nunca me dejaba coger, y que yo leía a escondidas. Aquella noche soñé que Superman lo encontraba capturaba a los terroristas con ayuda de Batman, y los entregaba a la policía. Cuando desperté tenía en mi cabeza la imágen de una capucha negra. Sólo me acordaba de eso.  
24 horas más tarde todas esos ruegos por la liberación de Miguel Ángel encontraron respuesta. La policía lo había encontrado en un parque, malherido. La esperanza recorrió un país como un anticiclón en veranom de Norte a Sur. Fueron minutos de celebración, cuando la camilla que transportaba al joven salía de la ambulancia camino del hospital. Era la primera imagen de M. A., estaba con vida. Todos saltamos de alegría, aproveche el momento para saltar sobre los cojines blancos con las zapatillas puestas, era algo que mi abuela nunca me dejaba hacer, pero él jubilo la cegó. Todos se daban abrazos y besos.

A las cinco de la madrugada, los médicos certificarón la muerte de Miguel Ángel Blanco. Vivimos el entierro como sí estuviéramos allí, mi bisabuela aferrada a un pañuelo blanco se secaba las lágrimas que apenas le chorreaba por el rostro, debido al calor.En el salón de la casa reinaba un silencio sepulcral. Ermua gritaba de dolor. Las imágenes de la familia Blanco desconsolada agradeciendo el apoyo de su pueblo, en el balcón del consistorio, rodeados del grito: “Vascos sí, ETA no”, ya son historia. La muerte de Miguel Ángel Blanco se convirtió en un mito democrático, con ella se perdió el miedo en el País Vasco a decir no a ETA. Estoy seguro que esta unión del pueblo vasco por el secuestro y posterior muerte del tercer concejal del PP en Ermua, ayudó a hacerles ver a los terroristas que bajo sus amenazas, el país entero se había unido, para decirles: “NO A LA VIOLENCIA, NO A ETA”. Que su cruzada sanguinaria no tenía, tiene ni tendrá sentido nunca.


1 comentario:

  1. Que bonito Sergio. Recuerdo ese día, el miedo por algo que aún no comprendía del todo. El dolor, las manos blancas al aire. La primera manifestación a la que fuí y la lluvía que caía en toda España mientras lo enterraban. No es agua, es su sangre.
    Me devuelves las ganas de escribir.
    No cambies nunca. Un beso fuerte.
    Zulay

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